Pariente directo del único e inigualable Pablo Picasso, Jacob Vilató es un artista originario de Barcelona que explora nuevos horizontes con su arte.
Desde chico su mundo se vincula con lo artístico. Jacob Vilató es arquitecto y se desempeñó exitosamente en Asia y en el Medio Oriente con su profesión. Pero las raíces tiran fuerte, y hace un par de años decidió dejar ese mundo detrás para abocarse ciento por ciento al arte. Aunque pintó toda la vida, la primera vez que Jacob mostró su propio arte fue en el año 2019, y desde ese momento nunca frenó.
¿Qué es el arte para vos?
Definir el arte me da un miedo tremendo. Miedo al ridículo, miedo a quedarme corto en la definición e incluso miedo a descubrir que sea una definición en la que yo no encajo. Tengo tendencia a evitar la denominación de arte por ello, y es posible que sea por el gran respeto que le tengo o quizás por disociarlo de tantos que entran en el mismo paquete. No sé definirlo, con la edad mi definición es cada vez más subjetiva, pero sí estoy seguro de que es algo que pasa, conscientemente o no, en el cerebro y no en el corazón.
¿Cómo describirías tu relación con el arte?
Es una relación íntima y lujuriosa. Nos lo contamos todo y apenas dejamos que nadie entre, aunque sí que miren por el ojo de la cerradura. Es una relación directa y, aunque hable del respeto que le tengo, lo hago con iconoclasia. El arte no debe ser snob, no debe servir para definir o separar clases, es una herramienta de conexión y yo estoy deseoso de conectar. Es una conexión presente en cada momento, como la voz de la cabeza que siempre está ahí para ayudar a entender el mundo. Desde pequeño, seguramente por cuestiones familiares, ha estado muy presente. A la hora de la comida se hablaba de cuadros y ansiaba el fin de semana para salir con mi padre a algún museo.
¿Cómo es el hecho de ser descendiente de Picasso? ¿Te pesó en algún momento?
Es un peso del que no era consciente que llevaba. Durante demasiados años simplemente acepté que no iba a ser pintor, aunque nunca dejase de pintar. Crecí pensando que ya había demasiados pintores en la familia o quizás que no podía aportar nada, pero no era un problema ni me molestaba. Simplemente lo hacía para mí o incluso como pulsión. Al pasar los años, la pintura ha ido aflorando, intentando salir por una vía o por otra sin que fuese muy consciente de ello. Si organizaba una fiesta, invertía varias semanas en pintar los decorados; si me comía una manzana, enseguida me encontraba tallándola para hacerle aparecer una cara; si esperaba el autobús, me quedaba buscando en el pavimento figuras. Y llega el momento en que te das cuenta de que esa necesidad debe tener un sentido y que cada vez es más fuerte. Es ahí cuando has de dejarlo todo para meterte de cabeza en el arte. Y eso hice. Y ahí también es cuando te das cuenta del peso de Picasso, porque ya es enfrentarse de cara a ello sin escapatoria. Hay que asumirlo y avanzar. Es una lucha doble, porque es luchar uno mismo contra la sombra, pero también contra aquellos que insisten en encontrarla.
¿Cuál es tu obra preferida y por qué?
No hay una obra preferida y supongo que es porque la obra es el conjunto de los cuadros y objetos que uno crea. Yo quiero que cada pieza tenga su propia vida, y en cuanto aparece la vida es difícil evaluar qué vida vale más. Por eso voy acumulando varias piezas que no dejo ir. No es que sean mejores, de hecho no lo suelen ser en términos objetivos, pero tienen algo con lo que uno conecta.
¿Y cuál es la obra de Picasso que más te gusta y por qué?
Definitivamente no tengo una sola. Por un lado, creo que con una trayectoria tan larga es fácil encontrar la pieza que se adapta a tu momento vital preciso y por eso uno va variando. Por otro lado, creo más en los períodos. Esto es algo que he aprendido dedicándome por completo a la pintura. Uno va expresando en diferentes piezas una misma idea, que evoluciona, se refina y se matiza. Dicho esto, mi período favorito es el que corresponde a la última etapa a partir de 1967 aproximadamente. Está increíblemente lleno de vida y son piezas con una cercanía que me parece inigualable, lo que no debe ser fácil para alguien cercano a los 90 años que lo ha pintado y visto todo.
¿Qué pensás del arte digital?
Creo que estamos en un momento increíble, el arte digital ha sobrepasado la barrera de lo anecdótico y definido, hasta finalmente convertirse en una herramienta. Va desde memes dibujados con el ratón hasta megaproducciones 3D, pasando por mil estaciones constantemente en expansión. Además, ¡comienzan a llegar las aplicaciones de la inteligencia artificial! Puede ser que sea algo atrevido afirmar que estamos en la siguiente etapa del arte, pero estoy convencido de que acabamos de arrancar con una rama nueva del árbol que, finalmente, vuelve a plantear preguntas que pueden remodelar la definición de arte.
¿Tenés algún sueño relacionado al arte, como exponer en algún lado en particular o algo que todavía no hayas hecho?
Mi sueño es poder abandonar cada vez más el mundo “real”, ir quitando las capas diarias innecesarias para poder concentrarme y avanzar en lo que hago. Quiero destilar mi vida y correr cada vez más rápido, sin saber hacia dónde voy. Lo demás es accesorio. Durante este camino hay algunas metas que, porque soy humano, me van recordando que siguen en el fondo de mi cerebro, aunque me dé vergüenza admitirlo. Sería una ilusión increíble exponer en el Palais des Papes, en Avignon, y si me preguntan en la Argentina, definitivamente sería el MALBA.
¿Cuál es tu fuente de inspiración?
No puedo decir que tenga directamente una fuente de inspiración, probablemente porque me daría cierto miedo tenerla y quedarme ahí fijado. Así que me invento excusas y digo que son estudios paralelos u obsesiones. El arte africano siempre ha estado muy presente en mis ideas, sin ser un gran conocedor, porque mi padre era muy aficionado. Aunque nunca intentó imponerlo, la verdad es que su propia afición me contagió.
¿Por qué decidiste vivir en Barcelona? ¿Qué pensás de la ciudad, su arte y su arquitectura?
Nací y crecí en Barcelona. Mis padres nunca tuvieron la cortesía de preguntarme si me parecía bien, aunque con la perspectiva de mis 43 años creo que fue un acierto.
Barcelona es una ciudad muy particular y con un casco urbanístico y social muy interesante. Me parece que es una ciudad un tanto idealizada y que, en consecuencia, llega a compararse a otras como Nueva York, París o Roma, cuando en realidad no entra en esa categoría. La magia de Barcelona viene de otro sitio que es más difícil de apreciar, no es una belleza exagerada o llamativa, hay que mirarla para ver. Es entonces cuando uno comienza a darse cuenta de la fuerte carga estética que la impregna, sin la necesidad de ostentaciones ornamentales, aunque alguna vez aparezcan con poderío y grandiosidad. Es esa mezcla de humildad y belleza lo que la hace grande.
¿Qué representa para vos tu cuadro de las meninas feas?
Toda la serie de “Meninas feas” son unos cuadros que aprecio mucho. Pueden considerarse un ejercicio de observación activa para meterme dentro de un cuadro, y fue tan grande la inmersión que seguí pintando Meninas por varios meses incluso después de haber cerrado la exposición. De algún modo, empezar a trabajar en esos cuadros fue como meterme en casa de alguien y pasar tanto tiempo que acaban siendo mi propia casa y mis propios personajes. Es una sensación muy extraña el robarle a alguien su historia y estar tan cómodo que acaba siendo una historia propia.
¿Cómo pensás que es la relación entre el arte y las personas hoy en día?
No hay duda de que tanto el arte como su relación con las personas han cambiado mucho este último siglo, y especialmente ahora con la llegada de Internet. Es posible que esa relación de proximidad, que se había perdido con la intelectualización y profundización del arte, esté volviendo a democratizarse. Creo que esto está pasando a varios niveles; incluso los memes abordan estos temas. Me alegra ver que la relación vuelve a ser próxima y eliminando el aspecto snob y clasista que se ha asociado al arte, y esto pese a la voluntad de muchos por mantenerlo como una distinción de clases. Esto solo puede enriquecer y dar amplitud, al mismo tiempo que se siguen tumbando barreras. Creo fuertemente que estamos en las puertas del gran cambio en el mundo del arte. Seguro que en ciertos sentidos la democratización del arte supone la aparición y consolidación de ciertas formas más vacías, aburridas o superfluas, pero, justo por su definición, no pueden ser muy negativas.
¿Qué convierte a una persona en un artista?
Creo que hay varios aspectos que convierten a una persona en artista. El primero es la observación, entendida como un acto voluntario, persistente y analítico. Dicho de otra manera, el saber mirar y aprender de ello más allá de lo visible. El segundo es la dedicación completa. No creo en el artista de fin de semana o vacacional. No se trata forzosamente de producción directa, aunque suele ser el resultado más evidente. Y finalmente llega la intuición, que no sé ni explicar, pero que está ahí. Quizá este último punto, muy cerebral pero al mismo tiempo emocional, es mi joker para poder incluir o excluir a cada cual según me convenga.